Réquiem de Alicia Navarro por su abuela Ana Sabina, la anciana asesinada por su hijo
Los recuerdos de una periodista y el drama de la familia.
¿Como definir a Ana Sabina?, para algunos era aquella viejita alegre y un poco “metida” que trabajó durante más de 20 años en la Alcaldía de Soledad, en los que se caracterizó por su diligencia y ‘servicialidad’.
Era para el barrio aquella mujer que durante 43 años ininterrumpidos armó con esmero el pesebre de navidad, organizaba la novena en su casa siempre detrás de almas benefactoras que donaran los regalos que muchas veces salían de los bolsillos de sus hijos, porque a algunos “personajes ilustres” de la política local se hacían los sordos y ciegos.
Sin embargo, Ana Sabina, con tal de ver paz y una sonrisa de satisfacción en los niños, al entregarle los regalos a los que acudían a aquella humilde novena hacía lo imposible, y ese mismo amor por la tradición de honrar a el Niño Jesús, la llevó a ignorar los conflictos familiares, que la terminó de convencer para aceptar el falso arrepentimiento de su segundo hijo, Jesús María Navarro.
Aceptó, a pesar de la prohibición de su hijo mayor, Jorge Luis, entregarle un juego de llaves a “Leo” para “no tener problemas con él”. Fue aquel amor por su tradición, lo que la convenció de dejar la paz y la seguridad que gozaba en la casa de su hijo Pedro, para partir sin retorno a su hogar, ese que tanto anhelaba.
“Sabi” tras entregar en esta navidad regalos a los niños que acudieron a aquella humilde novena que vio a varias generaciones del centro de Soledad, crecer y amar esta bella tradición, decidió quedarse en ese lugar que tanto cuidaba con esmero, del que se enorgullecía al hablar de las remodelaciones que el menor de todos sus hijos, Alfredo, le estaba realizando. Ese hogar que ella trató de completar, al esperar la pensión que con tanto esmero ganó para que “ Leo” no estuviera desamparado y “pudiera dejarla por fin en paz”, tal vez ignorando que el daño ya estaba hecho.
Leo tenía otros planes, tanto fue el rencor inexplicable e infundado hacia ella que se valió de artimañas, se puso el disfraz mal logrado de enfermo mental para despertar una compasión de los que estaban fuera y dentro de la familia, solo para ser objeto de compasión y lástima, que a la final fue expuesta: él es un ser envidioso , rencoroso y que fue capaz de matar a quien le dio la vida, y con esa muerte dejó una estela de desolación, amargura y tristeza a una toda una familia que trató en mucho tiempo evitar que sucediera este nefasto escenario y que hoy desgraciadamente es verdad.
Él, nuestro propio tío , hermano, padre e hijo, fue capaz de acabar con la vida del ser que lo concibió y lo tuvo en brazos, capaz de arrancar una madre para el resto de sus hermanos, con sus acciones alejó hace muchos años a una hija que hoy lo ve con dolor expuesto ante la opinión pública. Sí. El mismo. Mi tío, quien me engaño también a mí, y a mi hermano y primos, con su cambio se llevó con su rencor a mi abuelita.
Por más que trato como ser humano racional, de hallar un por qué, es inevitable perdernos en un mar de conjeturas e hipótesis, y los infaltables “ si hubiera hecho esto….” o los “tal vez sí..”.Solo me queda como persona, incluida en una sociedad tan “patas arriba” como lo mencionaba Galeano en su escuela del mundo al revés, en la que menciona “hace ciento treinta años, después de visitar el país de las maravillas Alicia se metió en un espejo para descubrir el mundo al revés. Si Alicia renaciera en nuestros días, no necesitaría atravesar ningún espejo: le bastaría con asomarse a la ventana”.
A esta Alicia, de apellido Navarro, le tocó mirar desde una ventana, cómo vecinos corrían de aquí para allá trayendo la trágica noticia. Le tocó abrazar a su hermano, dos veces más alto, y más grande que ella y convencerlo para que no saliera a tomar justicia con sus manos, ver a su tío en los noticieros caminar escoltados por policías hacia una URI, tratar de defender en vano la memoria de su abuela, al ser exhibida en su humanidad abatida, su cadáver frío y traumado por golpes y sangre en una fotografía como trofeo de caza en un periódico amarillista solo para la satisfacción de quienes son amantes de la crónica roja. A esa misma Alicia le toca verse en el espejo hoy, sacar fuerzas y al final solo queda con la esperanza de que llegue un conejo blanco a despertarla de tan cruel pesadilla.
Esta crónica de una muerte anunciada, es vivida día a día, y todos la ignoramos, pero hoy tocó las puertas de mi hogar, de mi familia y mi vida.
Hay que rezar y desde los hogares inculcar valores y temor de Dios, espero aunque suene ilógico, utópico, absurdo o trillado que no vuelva a haber otro caso Ana Sabina, en otro hogar.
Y si algo sirvió este discurso salido desde lo más recóndito de mi corazón, es esperar a que usted quien lee, sepa que en Soledad, Atlántico, vivió una maravillosa anciana orgullosa de su ascendencia Palestina, que amaba cocinar, y que tenía el mejor sazón, que recogía cuanto cachivache guardara un recuerdo preciado como un tesoro , que era una periodista frustrada , “la alcaldesa” como honorariamente la mencionaron en las oficinas que trabajó.
Era la mamá y la luz de Jorge, Pedro y Alfredo. Devota a morir del Sagrado Corazón de Jesús y quien irónicamente respiró su último aliento al pie de un cuadro con su imagen. Sepa usted que tenía una perrita llamada Patty, su compañera fiel, que trató en vano de defenderla y que era la abuela de todo el barrio pero solo de sangre de Brandon, Mayra , Jhossimar, Alfredo Jr., Deiver David y mía. Que hoy desafortunadamente no va entrar por la puerta de la casa gritando - “ niñaaaaa aquí llego para tomarme el tinto con ustedes” y no se sentará en el patio a gozar del canto de los pájaros de mi madre, mientras olvidaba por un momento los pesares y planeaba con anhelo de qué tamaño sería el pesebre del próximo año.
Alicia Navarro